La gasolina ha sido durante décadas un tema sensible en la economía estadounidense, y en la Costa Oeste esta tendencia se intensifica. Lo que antes eran pequeñas variaciones estacionales, ahora se está transformando en un cambio estructural en el suministro.
El pasado 11 de julio, la Asociación Estadounidense del Automóvil (AAA) ya indicaba precios elevados. En California, el galón costaba 4,53 dólares; en Oregón, 4,01; y en Washington, 4,40. Pero lo peor aún está por venir.

Dos cierres que alterarán el mapa energético
La Administración de Información Energética (EIA) ha advertido oficialmente que la clausura de refinerías generará alzas en el precio del combustible. La refinería Phillips 66, ubicada en Wilmington, Long Beach, cerrará a finales de 2025. Produce unos 139.000 barriles diarios.
Por su parte, Valero cerrará su planta en Benicia, al norte de California, en abril de 2026. Esta refinería procesa aproximadamente 145.000 barriles por día. Juntas, representan el 17 % de la capacidad total del estado.

La situación no es aislada. En los últimos cinco años, la producción de todo el distrito PADD 5 (Costa Oeste) ha caído de 2,8 millones hasta solamente los 2,5 millones de barriles diarios. Los nuevos cierres suponen además la pérdida del 11 % de la capacidad regional.
Pocas soluciones y muchos obstáculos
Los expertos coinciden: reemplazar esa producción será muy difícil. Según la EIA, la conectividad limitada con otras zonas del país complica el transporte de gasolina desde otras regiones.
Una solución sería importar combustible desde India o Corea del Sur. Sin embargo, esa estrategia tiene dos grandes problemas: los aranceles y las estrictas normas ambientales de California. A partir del 1 de agosto de 2025, los impuestos a la importación aumentarán aún más.
Phillips intenta compensar parte de la pérdida desde su planta en Washington. Pero no es suficiente. La gasolina “de grado californiano” requiere especificaciones muy concretas que pocos pueden ofrecer y los que pueden, lo hacen a precios muy elevados.
La EIA reconoce que se avecina una época de gran volatilidad. La combinación de baja producción local, elevados costes de importación y obstáculos regulatorios anticipa una subida masiva de precios en los próximos meses y años.