Durante los ocho primeros años de Jesús Gil al frente del Atlético de Madrid, se había vuelto habitual escucharle decir una frase: «No me puedo morir sin ver al Atlético de Madrid ganar una Liga». Si Gil no se iba a morir sin ver al Atleti ganar una Liga (en 1995 pasaba de los 60 años), yo podía vivir tranquilo y confiado en que contemplaría a mi Atleti en lo más alto de la tabla clasificatoria. Una Liga bajo su presidencia, se entiende, ya que en su vida Jesús Gil sí había conocido a un Atlético de Madrid campeón de Liga en ocho ocasiones. Yo realmente nunca le había visto levantar el título liguero.
La temporada 1995-1996 no parecía la del «Este año sí». El equipo venía de dos años en los que el objetivo final había sido evitar el fantasma de la promoción de descenso y la entonces famosa visita a «El Salto del Caballo» (el Toledo por entonces era un equipo puntero en Segunda). Al banquillo llegaba un hombre con pasado madridista, Radomir Antic, que tenía en su currículum el dudoso honor de haber sido destituido por Ramón Mendoza teniendo al Real Madrid líder en la campaña 1991-1992 (cuando se acababa de proclamar campeón de invierno).
Tras encadenar un par de buenas temporadas con el Oviedo (dejándole noveno), Gil elegía al serbio como su enésimo entrenador (llegó a tener a seis técnicos en una sola temporada). Los fichajes no parecían de relumbrón: Molina y Santi, portero y central de un Albacete que acababa de bajar a Segunda después de perder 0-5 en el Carlos Belmonte en la promoción de descenso contra el Salamanca. Además desembarcaba Milinko Pantic (con casi 30 años), un yugoslavo totalmente desconocido que llegaba tras triunfar en la liga griega como mayor aval y Lubo Penev, que también cerca de la treintena acababa contrato con el Valencia.
Entre las salidas, veteranos más que ilustres como Abel Resino o Manolo, además de Kosecki, Ferreira o el Tren Valencia. El resto, como hemos dicho, el bloque que venía de salvarse en la última jornada de jugar la promoción de descenso durante dos años consecutivos: Kiko, Caminero, Simeone, Vizcaíno, Geli, Solozábal, Toni…
Pero sí, fue «Este año sí». Los de Antic hicieron un inicio de campeonato casi inmaculado, con nueve victorias y tres empates en las primeras 12 jornadas. Aquel equipo practicaba un fútbol vistoso, rápido, de toque, y con un arma letal a balón parado en la pierna derecha de Pantic. Las triangulaciones entre el rombo de medio campo eran perfectas, y además contaba con una defensa adelantada impenetrable. Un hombre vestido de amarillo era un seguro en la puerta, tanto por sus reflejos bajo palos, como por sus veloces cruces como líbero. Era un once que todos los atléticos nos aprendimos de carrerilla: Molina; Geli, Santi, Solozábal, Toni; Vizcaíno, Caminero, Simeone, Pantic; Kiko y Penev.
Gil estaba eufórico y era capaz de todo. Desde subirse a un escenario con las Azúcar Moreno a cantar el «Solo se vive una vez» introduciendo un desafinado “Aúpa Atleti campeón”, hasta llenar Madrid con una cabalgata de carrozas tiradas por caballos paseando a los jugadores para celebrar el histórico Doblete.
El final de temporada de aquel año fue apoteósico, con Gil empapado en sudor en el palco del Calderón, sufriendo hasta la extenuación cpn un gol salvador de Kiko sobre la bocina para lograr los tres puntos en la antepenúltima jornada frente al Salamanca, o lanzando besos a dos manos tras el tanto, también de Kiko, en la jornada final con el Albacete.
El Atleti se acababa de proclamar campeón de Liga (precedida apenas mes y medio antes por la Copa del Rey contra el Barcelona) y recién finalizado el partido, terminaba de esta forma una entrevista en directo con Telemadrid, en las entrañas del Calderón. «Si me das de baja del censo ya, si me das de baja de la vida, de todo… Por lo menos podrá decir alguien: ahí pasó un Quijote que se creía que sabía algo, el pobrecito no sabía nada, pero mira por dónde ganó e hizo un doblete, ese es el epitafio», sentenciaba un Jesús Gil bañado en una mezcla de sudor y champán. En términos similares se expresaba públicamente ante todo aquel que le pusiera un micro delante. Gil lo tenía muy claro: «He cumplido un sueño anhelado muchos años. Ya me puedo morir tranquilo».
Pero siempre se dice que más difícil que llegar, es mantenerse. Y así es. Sin embargo, en el club pensaron que con la brillante temporada del Doblete estaba todo hecho y apenas se hicieron refuerzos. Antic pidió a Gil que trajese a un delantero brasileño que aún no cumplía 20 años, un tal Ronaldo Nazario, para sustituir a Lubo Penev.
Pero el de Burgo de Osma, que se reunió con los dueños de Philips en Marbella (por entonces Ronaldo estaba en el PSV) desechó la operación por una diferencia de unos cien millones de pesetas de la época (600.000 euros…). Finalmente se lo llevó el Barça y ya todos conocen su carrera posterior. Al Manzanares llegó Juan Eduardo Esnaider (tras dos años buenos en el Zaragoza y haber vuelto al Real Madrid para no jugar).
También pidió a Jokanovic, del Tenerife. Vino el checo Bejbl, en una operación que supuso un coste de 1.500 millones de pesetas (cantidad desvelada años más tarde). Y volvió a insistir en Onopko, del Oviedo. Pero llegó Pablo Alfaro, a hacer bulto. La mejor noticia fue la vuelta de un mítico como Aguilera. Demasiado poco para una temporada en la que el grandísimo incentivo era volver a la Copa de Europa (por entonces solo iba el campeón), la «Champions Ligui», en palabras de Gil.
Se hizo una competición honrosa, siendo primero de grupo por delante de quien a la postre sería el campeón, el Borussia Dortmund (a quien se ganó 1-2 en Alemania). Pero el cruce de cuartos deparó un enfrentamiento con el vigente campeón, el Ajax de Ámsterdam, que lamentablemente terminó en eliminación tras 180 minutos épicos, más prórroga en el Calderón. Precisamente Juan Eduardo Esnaider falló el penalti que pudo cambiarlo todo. A 15 minutos de los 90 reglamentarios, Van der Sar le detuvo la pena máxima que habría roto el 1-1 que llevó a la fatídica prórroga.
En Liga el equipo no pasó de un discreto quinto lugar, mientras que en Copa el Barcelona eliminaba a los de Antic en cuartos, tras aquella mítica noche de los cuatro goles de Pantic en el Camp Nou (el Barça terminó imponiéndose 5-4).
La campaña siguiente se hizo todo el desembolso que no se había realizado el verano anterior. Salieron pesos pesados como Simeone y Solozábal, pero llegaron cuatro futbolistas por una cantidad en torno a los 3.000 millones de pesetas cada uno: Christian Vieri, Juninho, Jordi Lardín y Rade Bogdanovic. Sí, señores, Bogdanovic, que marcó seis goles en toda la temporada, costó 2.900 millones de pesetas. Sin embargo, no valió de mucho tal inversión. Pese a un inicio imponente, el equipo terminó séptimo y entró en Europa de carambola; cayó en octavos de Copa con el Zaragoza. En la UEFA solo un gol de Jugovic, vistiendo la camiseta del Lazio, privó al equipo de llegar a la final. Al año siguiente el jugador serbio vestiría de rojiblanco.
A dos jornadas del final de Liga, Jesús Gil hace oficial la marcha de Antic, poniendo fin a tres temporadas en el banquillo rojiblanco, pese a que el serbio le había pedido que no lo anunciara hasta que no acabara la temporada. El detonante fue una derrota en Mallorca en la que Vieri fue sustituido y se marchó insultando al entrenador.
Las explicaciones de Gil el día después, no tienen desperdicio: «Todo el mundo hablaba del mal ambiente del vestuario. La chispa es lo de ayer. Vieri se pasa, pero la situación era insostenible. Si tantas ganas tienen los jugadores de que se vaya, que se sepa que se va. Ya pueden estar tranquilos. Si no hacemos esto, lo próximo ya habría sido un combate de boxeo. Dadas sus relaciones con el vestuario, lo que queda de temporada puede ser terrible para el equipo. Pero en cualquier caso, aunque ponga a otra persona, la UEFA sigue estando casi imposible. ¿Yo qué puedo hacer? Que se maten entre ellos».
El Atleti, goleó esa semana por 5-2 al Barça (golazo de vaselina de Caminero incluido para despedirse así del Calderón), con el entrenador fichado para la siguiente temporada en el palco (Arrigo Sacchi) y terminó metiéndose en la UEFA.
Jesús Gil, «un Quijote que el pobrecito no sabía nada, pero mira por dónde ganó un doblete». Ese es el epitafio, ya lo saben. Palabra de Gil.