El 20 de noviembre de 1960 la Roma recibía en el Olímpico al Padova. Se respiraba una bonita atmósfera: se acababa de ganar un derbi a la Lazio por 0-4 con tres goles de Manfredini, además se había conseguido el primer puesto en la tabla sacando un punto a sus rivales. El partido fue igualado, al menos en el primer tiempo porque después Pedro “Piedone” Manfredini volvió a ser decisivo para los ‘giallorossi’ marcando tres goles. El encuentro finalizó 3 a 1. Pero ese día el resultado no fue lo más destacado.
El equipo funcionaba y la afición estaba exaltada. Dentro de este clima, un joven aficionado saltó al campo durante la celebración y dio la vuelta hondeando su gran bandera. Los aficionados aplaudían al ‘tifoso‘ lleno de felicidad. La alegría se transmitía por todos los rincones del estadio. De un modo casi místico parecía que «todo el estadio liberase su propia alma corriendo sobre el césped» (Cit. Forza Roma Daje Lupi, M. Impiglia, 1998).
Aquel joven era Dante Ghirighini, conocido por todos simplemente como Dante. Un muchacho, hijo de un carnicero del mercado Trionfale. Un chico normal que con ese pequeño gesto se volvió el «ídolo del pueblo Giallorosso».
Tras este acontecimiento, el propio presidente de la Roma de aquella época, Anacleto Gianni, diría: «Estas son las invasiones de campo que preferimos«. La sociedad homenajea a Dante regalando un pase para la Tribuna Tevere, una entrada que aprovecharía para poder acudir el domingo siguiente al Roma – Juventus. Un partido en el que se enfrentaban dos equipos en lo alto de la tabla y sobre el que había gran expectación.
La Roma vuelve a ganar. Esta vez por 2 a 1 y el entusiasmo se palmaba en toda la capital. Todos estaban felices, menos Dante, que vio el partido lejos de su gente. Lejos de la curva Sud. La seriedad de la tribuna no era para él. No volvería allí, en el próximo partido decidió volver al fondo. Y así, durante 40 años, no se movería más, desde aquel lugar del estadio construiría su propia leyenda en el Olímpico.
El joven Ghirighini era corpulento, fácil de distinguir en los accesos al estadio. Más aún si se añade que siempre iba con su tradicional vespa. El resto de los aficionados lo reconocían y a su paso le gritaban “Daje Roma! Daje” (en romano: «vamos Roma! Vamos«). Su entrada en la Curva comenzó a ser un ritual para todos. Entraba siempre a falta de un cuarto de hora y se colocaba siempre en el centro. Todos lo aclamaban y él saludaba, daba la mano a todo el mundo e incluso tocaba la cabeza a algunos niños, como el Papa en el Vaticano. Después de bendecir a todos, ocupaba su sitio y animaba a su equipo.
Una vez situado en su lugar, lanzaba el grito de batalla, el clásico «Daje Roma! Daje«. Segundos después toda la curva explotaba y esperaba su discurso. Muchas veces se hacía de rogar antes de soltar su ‘speech’. Dante era una estrella y lo sabía. Con su voz de jefe de filas iniciaba la arenga con las manos en las caderas: «Esta mañana llovía (ovación), ahora ha salido el sol (más ovaciones), ha salido el sol para saludar a la Roma (gran ovación), que es grande y bella (rugido de la curva), y que hoy ganará (la curva explota), Rrrroooma!!!”.
Mismo ritual para los partidos disputados fuera de casa. Los discursos de Dante se concentraban sobre la belleza de la ciudad del equipo que acogía el encuentro para acabar con un pintoresco: “Epperò, je romperemo er culo”! («Pero, les romperemos el culo»).
Todos recuerdan a Ghirighini con un físico imponente y sobre todo una voz poderosa. Un personaje auténtico. Como cualquier romanista, defendía a su equipo por encima de todo. Y así, se convirtió un símbolo para toda la afición de la ‘loba‘ durante los años 60 y 70. Después llegarían los grupos organizados y ocuparon el puesto de la animación improvisada de la cual Dante era el máximo exponente. Pero su esfuerzo por animar nunca se vino abajo: se hizo un con megáfono y junto a los otros ‘jefes’ guiaba los cánticos de la curva.
Se dice que, gracias al interés de los dirigentes ‘giallorossi‘, Dante Ghirighini logró encontrar trabajo en el servicio de basuras de Roma. Es conocido y respetado por todos, por generaciones de aficionados nuevos y por los seguidores de toda la vida que compartieron batallas con él. Todos en la capital conocen sus ‘gestas’.
Dante falleció el 4 de noviembre de 2000, pocos meses antes de que su equipo conquistase el tercer ‘Scudetto‘. El día siguiente la Roma jugó en Brescia con un brazalete negro recordando a un aficionado histórico. El 9 de noviembre la curva donde había pasado tantos partidos le dedica una pancarta:
“Daje Roma, Daje…Dante ti guarda”
«Vamos Roma, vamos… Dante te está viendo»