El Atlético de Madrid salió con un reloj de arena en el bolsillo consciente de que el tiempo corría a su favor. Despacio, muy despacio, pero siempre continua e inexorablemente a favor de los colchoneros. Era plan. Aguantar estoicamente y contragolpear con una falange únicamente formada por Torres y Griezmann. No fue suficiente para ganar, pero sí para pasar. Porque a resistir, nadie resiste como el Atlético de Madrid de Simeone. Nadie.
Con el reloj de arena en la cabeza saltó el Atleti al campo. Sabedor de que su partido pasaba por aguantar las embestidas y atacar la espalda de la defensa bávara en alguna contra. Pronto se vio que ese era el plan cuando Torres se quedó solo frente a Neuer, pero estaba en fuera de juego. En esos primeros minutos el balón era del Bayern, pero el Atleti lograba llegar a la meta rival. Y meterle el miedo en el cuerpo a base de disparos lejanos. Gabi, en dos ocasiones, probó a Neuer desde fuera del área y en dos ocasiones obligó al alemán a estirarse para evitar el gol.
Pero pasados los primeros quince minutos el reloj de arena se ralentizó. El Bayern se hizo dueño y señor del encuentro, demostró músculo ofensivo y cercó la meta de Oblak. Cada ocasión era más clara que la anterior. Lewandoski de cabezazo forzado, Vidal desde fuera del área, Lewandowski de nuevo. Oblak volvía a ser el mejor de los colchoneros. Pero al final el reloj de arena se paró. Augusto hizo una falta al borde del área que Xabi Alonso ejecutó. La muralla de hombres entre el balón y Oblak era tal que para cuando el esloveno pudo ver el balón lo tenía encima y nada pudo hacer para evitar el tanto.
El gol asustó al Atlético. No se había llegado a la media hora y el Bayern había empatado la eliminatoria. Un gol les metía de nuevo, pero Neuer estaba muy lejos. Demasiado. Tanto, que el Bayern no salió de las inmediaciones colchoneras. Y un gol alemán los eliminaba.
El partido pintaba mal, de color gris, pero se volvió a un más oscuro, casi negro cuando Giménez agarró a Javi Martínez dentro del área y Çakir pitó penalti. Müller lo lanzó y Oblak lo paró. Cada partido suyo es para pedirle matrimonio. Ya saben lo que canta el Calderón: "Obi, Oblak, cada día te quiero más". Pues eso. El fallo enfrió a un Bayern que mantuvo la posesión, pero no las ocasiones de ahí al descanso.
Tras el intermedio el Cholo metió a Carrasco en lugar de un titubeante Augusto y el partido cambió. Las opciones de cazar una contra eran mayores con el belga sobre el césped. Simeone cambió el dibujo, pasó a un medio de cinco dejando solo a Torres en punta. Y resultó. Los primeros minutos fueron claramente bávaros, pero el gol esta vez fue colchonero. Los rojiblancos robaron un balón en el centro del campo, Koke adelantó para Griezmann, este habilitó de primeras a Torres quien se la devolvió con un preciso pase que le dejó solo ante Neuer. El francés no falló. Oh, la lá, Antoine Griezmann.
La igualada dio aire al Atlético de Madrid. Mucho. El reloj de arena volvía a correr a su favor. En realidad nunca dejó de hacerlo. Al Bayern por su parte la igualada le produjo angustia. La angustia de tener que marcar dos goles a Oblak en media hora. Con la tranquilidad del marcador el Atlético tuvo sus mejores minutos, sin ocasiones claras, pero con presencia en campo rival. El Bayern ya no se sentía el amo del partido.
Con el paso de los minutos los bávaros recobraron el mando del partido y el Atleti reculó. Un pasito primero, otro después. El empuje alemán y su enormidad ofensiva hizo lo demás. Oblak volvía a ser el mejor colchonero. Guardiola, sabedor de que su equipo necesitaba más pólvora metió a Coman. Y al poco llegó el gol. En el enésimo balón al área lo cabeceó Vidal para que Lewandowski lo enviara al fondo de la red. Era el minuto 74. El reloj de arena rojiblanco se paró. Se avecinaba la eternidad.
El Bayern olió sangre y se lanzó con todo lo que tenía sobre la meta de Oblak, salvador de nuevo. A cada remate alemán le respondía una parada eslovena. Y otra. Y otra. Los minutos no pasaban y las piernas pesaban cada vez más. Griezmann dejó su lugar a Thomas como después haría Koke con Savic. Ambos acabaron fundidos. A la ofensiva bávara le sorprendió una contra rojiblanca que acabó en penalti de Javi Martínez sobre Torres. El Niñó se lo pidió. Quería ahorrar sufrimiento a los suyos. Pero lo falló.
Y entonces el Cholo desde la banda les recordó que aunque caminen por valles oscuros nunca deben de perder la fe. Nunca. Porque los jugadores del Atleti no le tienen miedo a la muerte. Y resisten todo. Por eso están en Milán. En su tercera final de Copa de Europa. Sonrían, es el Atleti.