2008 y 2016, octavos de final de Champions League, Roma – Real Madrid. El mismo partido, ocho años después. Una buena ocasión para pararnos un momento, mirarnos atrás y alrededor, reflexionar un poco. Porque el fútbol moderno es más rápido que nunca y nos obliga a hacer un intenso esfuerzo intelectual, si queremos darnos cuenta de los cambios que estamos viviendo.
Un partido contra el Real es algo que significa muchísimo para los aficionados romanistas. Claro, desafiar al Real es algo que apasionaría cualquier aficionado de cualquier club del mundo. Pero la Roma tiene su propia historia contra el Real y, si queremos, ve en el equipo madrileño algo que la Roma nunca ha sido: el prestigioso equipo de la capital, que representa el país en el mundo, símbolo del fútbol nacional a su máximo nivel.
Algo que la Roma, probablemente, nunca podrá ser: su historia, como la de todos los equipos italianos que han querido ser grandes sin provenir desde Milán o Turín, es una historia de oposición al poder del norte. La Roma siempre ha sido un equipo perdedor y popular, obligado a contentarse con la supremacía ciudadana y con pocos trofeos nacionales y europeos, y sobre todo con la pasión de sus aficionados.
Sin embargo, si siempre ganara el más fuerte, el fútbol no sería el deporte más querido y seguido en la historia. Y de hecho, cuando el Madrid de Raúl y Robben se vino en Roma para los octavos de Champions de 2008, no ganó el equipo más fuerte. Ganó la Roma, en una de aquellas noches que los presentes podrán contar a sus hijos.
Raúl marcó en fuera de juego después de ocho minutos y el Real dominó prácticamente todo el partido. El equipo romano jugó como podía, resistiendo a los ataques madridistas, como puede jugar contra el Real Madrid cualquier equipo que no mire a ganar la Champions. Pero ganó. Con un gol del chileno Pizarro y otro del brasileño Mancini, que regalaron a la ciudad una victoria inesperada, que solo sería escurecida por el sucesivo suceso en el Bernabéu.
Aquella noche, para los aficionados romanos, fue inolvidable. La Curva Sud estaba llena hasta el tope y animó el equipo sin parar. Una explosión de banderas, bufandas, bengalas y color. Al otro lado del estadio, los aficionados madridistas: casi 2500, porque Roma siempre es Roma. En la parte debajo del sector visitante, algunas decenas de los Ultras Sur y – para que la victoria romanista fuera perfecta – también una bandera de la Lazio. Obviamente, en el infierno del estadio Olimpico no se oyeron cánticos madridistas.
Acordarse de aquella noche, pocas horas después del partido contra el Real de 2016, no es simple para un romanista. Y no solamente porque el resultado, esta vez, ha premiado el equipo más cínico y fuerte. La Roma ha sido compacta, no ha dejado espacios, y el Real solo ha podido marcar el primer gol con una magia de Cristiano Ronaldo. El egipcio Salah, con su velocidad e imprevisibilidad, ha puesto en apuros la defensa madridista, pero siempre ha faltado el último toque.
Más allá del resultado, la noche ha sido triste sobre todo porque ha permitido de hacer esa comparación con el partido de 2008. Una comparación no futbolística, sino de lo que significa ir a ver un partido de fútbol, en Roma en 2016. La primera diferencia se ha manifestado días antes que el partido empezara. Exactamente, el día en que fueron publicados los precios de las entradas. Ir a ver Roma-Real en un sector popular en 2016 cuesta el doble que en 2008. Los precios de las entradas han pasado de 20 a 40 euros en solo ocho años.
Desde cuando llegó la propiedad estadounidense en 2011, los precios no pararon de subir. Con la estructura moderna del club, las estrategias comunicativas de vanguardia, los sponsors de alto nivel, los norteamericanos también llevaron una otra característica de las grandes empresas multinacionales: la propensión a explotar los clientes en todas las formas posibles.
Pero el precio de las entradas no fue un tema al centro del debate antes y después del partido: los ojos de los aficionados y de los medios de comunicación fueron dirigidos a la Curva Sud. Para describir esta situación, necesitamos ir unos meses atrás en tiempo. Precisamente, tenemos que volver al pasado verano, cuando el prefecto de Roma Franco Gabrielli consideró necesario instalar un muro al centro de los dos fondos romanos, con el objetivo – en sus palabras – de hacer respetar máximo nivel de aforo permitido al fondo. Es como si, para no hacer acceder más de 200 personas a un cine que tiene 200 butacas, se construyera un muro en el centro de la sala en vez de cerrar las puertas. Claro, la idea tiene algo ilógico, pero así fue presentada a la ciudad y, sin dejar espacio al debate, el muro fue construido después de la primera jornada de la temporada actual: cuando todos los hinchas ya tenían el abono.
La absurdidad del muro, junto a la extrema militarización del estadio y a otras increíbles medidas – entre ellas, multas y sanciones a quien no respetaba el asiento indicado en el billete – caracterizaron el comienzo de la temporada en Roma. Un conjunto de medidas represivas, ilógicas por la mayoría, que en la opinión de muchos escondían el objetivo de afectar y debilitar los dos fondos romanos. Por todo esto, la Curva Sud y la Curva Nord están en huelga desde septiembre. Una huelga difícil, porque no ir al estadio es un sacrificio. Aún más cuando los medios y la dirigencia acusan quien está ejercitando su derecho de huelga pacifica con el clásico “no se deja el equipo cuando está en dificultad”. Sí, porque los aficionados de la Roma fueron atacados por la misma dirigencia que aceptó sin reacciones la instalación del muro, y que luego hizo marcha atrás cuando se dio cuenta de que los aficionados no iban a entrar.
Sin embargo, Roma – Real de 2016 quedará en la historia por ser el partido en que “la Curva Sud ha vuelto”. O por lo menos, esto es lo que han sostenido muchos medios de comunicación y algunos representantes del club. El hecho es que los hinchas habituales de la Curva Sud no han entrado, y lo han dejado claro con una pancarta fuera del estadio: “Por el periodista no dejarte engañar, la Curva Sud sigue sin entrar”.
Simplemente, los abonados de la Curva Sud no han ejercitado su derecho de compra anticipada de las entradas, dejándolas para la venta libre. El resultado ha sido algo bastante raro: el fondo de la Roma se ha llenado de aficionados ocasionales, turistas de viajes organizados e incluso algún madridista. El apoyo del fondo al equipo no se ha oído por más de algunos minutos y la única coreografía ha sido la de los flashes de los móviles que fotografiaban Cristiano Ronaldo.
Un espectáculo triste para quien ama el fútbol y el mondo de las hinchadas, pero sobre todo para los aficionados romanistas que consideran la Curva Sud como su propia casa. Sin embargo, el diario Corriere dello Sport ha titulado de manera bastante ridícula “Aquel fondo es un espectáculo” y otros diarios han culpablemente ignorado el hecho que la Curva Sud no estaba volviendo de verdad.
La noche ha sido absurda también para los aficionados de la Roma que se fueron al estadio. Las ridículas medidas de seguridad y la incapaz gestión de los flujos de público han provocado colas enormes fuera del estadio, que han hecho entrar muchísimas personas en retraso. La contradicción ha sido evidente: las medidas de seguridad – cacheos infinitos y pocos accesos abiertos – se han transformado en medidas de inseguridad, juntando miles de personas amontonadas en la calle sin alguna protección de aquellos ataques terroristas que siempre las autoridades llevan como motivación por los controles. Entre las personas agolpadas fuera del estadio, obviamente, también había niños, mayores y personas afectadas por ataques de pánico.
La cuestión es larga y complicada, hecha de muchos temas que se cruzan, y sería difícil afrontarla integralmente en un solo artículo sin que algo quede fuera. Lo que se ha querido subrayar es cuanto rápidamente ha cambiado la manera de vivir el fútbol a Roma en solamente ocho años, con el pretexto de comparar dos partidos de fútbol entre los mismos adversarios. De momento, nadie sabe si el muro va a quedar al centro de los fondos romanos también para la próxima temporada. Las autoridades han dicho que, si los aficionados de los fondos se portarán bien, el muro se quitará. Y de hecho, como los aficionados no estarán toda la temporada, esa parece solo una manera de hacer marcha atrás en el modo menos ridículo posible. Algo difícil, sin embargo.
En ocho años ha cambiado mucho y probablemente mucho cambiará en los próximos ocho. Si la propiedad estadounidense conseguirá construir el nuevo estadio de la Roma, todo cambiará otra vez. No se pueden hacer previsiones: tampoco se puede saber si los precios permitirán a miles de aficionados de comprar un abono o quedarse sin Roma para siempre.
Probablemente, desde aquella noche de 2008, ha cambiado más de cuanto haya cambiado por décadas en el fútbol romano. De hecho, en la noche del pasado miércoles, lo único que parecía igual que en 2008 era el entrenador Luciano Spalletti, que ha vuelto a entrenar la Roma para cancelar la última temporada y media, y llevarla otra vez en alto. Tampoco Francesco Totti, que sigue desde 1992 con la misma camiseta, era el mismo del 2008. Después de haber pasado casi todo el partido en el banquillo, cuando un periodista español ha intentado de pararlo para una entrevista, ha respondido picado: “¿Estas esperando a mí? ¡Yo no valgo nada, ya!”.